Dr. Nolasc Acarín Tusell

Especialista en Neurología y Cerebro

De la "Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya"
Galardonado con la "Creu Sant Jordi" 2008  

Cerebro y creación científica

El cerebro y la creacion cientifica

    El cerebro humano se formó a lo largo de la evolución animal  por el desarrollo tanto en volumen como en cambios estructurales, y también por la acumulación de adaptaciones anatómicas  y perceptivas que determinan la forma de pensar de los humanos. La creatividad científica es fruto de la curiosidad propia de los primates, las humanas capacidades para el análisis, elaboración de hipótesis y necesidad de conclusiones a fin de transformar la naturaleza a nuestras necesidades, el pensamiento causal, la existencia de excedentes económicos y de la búsqueda de alivio al dolor como mayor signo de civilización.     

    La capacidad para la cultura y la técnica, que incluye la creación y producción científica, constituye, junto al lenguaje verbal simbólico, las peculiaridades de la conducta sexual, y el envejecimiento lento,  los trazos más propios de la especie humana. Nuestro cerebro fue diseñado y seleccionado por la evolución de forma azarosa, el resultado es una intrincada red de circuitos neuronales que nos dotan de capacidad para la curiosidad, la observación, el análisis, la formulación de hipótesis y la resolución de problemas.

Las amebas se agrupan hasta formar gigantescas colonias que, por su tamaño, las protege de un agente agresor

     Al observar la naturaleza se constata como muchos animales desarrollan cualidades que puede inducir a pensar en la existencia de inteligencia animal no humana, aunque no sean más que conductas de supervivencia no consciente, depuradas por la evolución. Las amebas se agrupan hasta formar gigantescas colonias que, por su tamaño, las protege de un agente agresor. De manera parecida los peces forman cardúmenes para protegerse de los predadores, se agrupan varios miles de pequeños peces que maniobran al unísono a partir de saber interpretar la información que se trasmiten de unos a otros por los ojos y las líneas laterales que van de la cabeza a la cola a cada lado del cuerpo. Cuando les persigue un posible predador los peces pequeños reaccionan con movimientos exactos e inmediatos de expansión o de división de la agrupación de peces, así logran salvarse o cuanto menos minimizar el resultado de la agresión. Las abejas son capaces de transmitir con extrema exactitud la dirección, distancia y calidad de un recurso alimentario, o de un mejor emplazamiento a donde trasladar el panal. Las cigüeñas han sabido cambiar sus hábitos y en vez de emigrar una y otra vez se han asentado en varias zonas de nuestro país de forma estable, explotando los vertederos de basura donde llegan incluso a obtener parrillas de electrodomésticos que usan para fabricar sus nidos. Hay muchos animales que son capaces de ahorrar comida cuando sobra y esconderla para cuando llegue la escasez. Son conocidos los ejemplos tanto de delfines como de ballenas que se ayudan entre ellos cuando algún individuo de la manada está en peligro. En los últimos años se han popularizado varios reportajes que muestran como algunos chimpancés se comunican mediante ordenador y transmiten órdenes, opiniones y deseos. Son capaces de expresarse y entender el lenguaje verbal de los humanos pero no pueden articular palabras debido, en parte, a una distinta posición de la laringe que  les impide articular las palabras.

     Pero ninguno de todos estos animales ha conseguido trasformar las condiciones de vida como hemos hecho los humanos. Los actuales chimpancés que viven en la naturaleza lo hacen de forma parecida a como lo hicieron sus abuelos, en cambio los humanos de hoy hemos modificado de raíz la vida de nuestros ancestros, ésta es, quizá, la diferencia más notable. Nuestra capacidad para la creación científica y tecnológica ha permitido dar este gran salto que nos diferencia de los otros primates. La distinción entre los humanos y los simios es radical desde el momento en que los humanos fueron capaces de generar una civilización propia a partir de ser capaces de establecer cierta influencia y control  sobre la naturaleza.

     Los humanos, como el resto de los primates, sentimos una gran curiosidad por nuestro entorno físico y social, esta es la base sobre la que luego construimos la investigación. De los grandes simios nos separan seis o siete millones de años y poco más del uno por ciento del material genético, pero esta pequeña diferencia es suficiente para que hayamos desarrollado un cerebro con características propias. No obstante también es cierto que los grandes rasgos de nuestra conducta se asemejan mucho al resto de los primates, por no decir a la mayoría de los mamíferos. Pero no es menos cierto que nuestra capacidad para la cultura y la técnica, junto a las intensas relaciones sociales, nos ha permitido expandirnos con éxito por todo el planeta y construir este gran entramado de recursos, elaboración de transformaciones, su distribución e interacción social, que ha fraguado una densa red de intereses que hoy denominamos economía, de la que no es ajena la ambición por el control del entorno y la consecución de riqueza.

     La cultura de los palitos y otros esbozos técnicos de algunos simios queda muy lejos del salto que los humanos dieron hace muchos miles de años. Luego, hace unos diez mil años, algunos grupos humanos inventaron la agricultura, lo que se conoce como revolución neolítica. A partir de entonces el desarrollo científico ha sido exponencial. Sembrar semillas y recoger de forma estable, junto al aprovechamiento del ganado domesticado, permitió generar excedentes de recursos y aumentar la demografía. Al mismo tiempo surgieron nuevas necesidades que requerían mayor ingenio, se precisaba investigar nuevas soluciones. Así debió nacer la ciencia y la actividad científica, por la conjunción de una mayor cantidad de personas, nuevas preguntas y problemas a solucionar, y a su vez mayores excedentes para poder investigar.

     La suerte estaba echada a partir del momento en que los homínidos desarrollaron un cerebro con diferencias notables respecto a los parientes simios.

Las neuronas humanas tienen axones más largos y mayor arborización dendrítica lo que les confiere una más grande capacidad sináptica.

     A riesgo de esquematizar me atreveré a resumir algunas diferencias entre nosotros y los grandes simios. Las neuronas humanas tienen axones más largos y mayor arborización dendrítica lo que les confiere una más grande capacidad sináptica. Las áreas de asociación de la corteza cerebral tienen el doble de extensión en los humanos que en los grandes simios, lo que significa una mayor capacidad de interacción entre percepción, integración de información y memoria, así como de creación y almacenamiento de conocimiento. La estructura del sistema límbico también ha evolucionado, en los humanos, por ejemplo, es mayor la amígdala lateral que sirve de sustrato estructural para la comprensión cognitiva de las relaciones afectivo-cooperativas. El córtex prefrontal es también  mucho más amplio en los humanos, lo que nos confiere mayor capacidad para la memoria de trabajo, la planificación, la logística, las estrategias y la moralidad. Obsérvese que los cambios descritos derivan en dos aspectos: una mayor capacidad para el razonamiento y gestión de las ideas, y una mayor vinculación social con la necesaria regulación moral.

      Faltaría añadir aquí los posibles cambios moleculares acaecidos en la evolución reciente, especialmente entre las proteínas que tienen relación con la formación de sinapsis. Según algunos autores es probable que en tiempos relativamente recientes (hace unos 40.000 años) se produjeran modificaciones que hicieron posible una mayor capacidad de aprendizaje y acumulación de conocimiento entre los humanos justo anteriores al paleolítico superior, lo que podría interpretarse como el cambio molecular que abrió las puertas al arte paleolítico y mas tarde a la revolución neolítica. Algunos estudios apuntan a la existencia de una mutación en los alelos de la apolipoproteina E (ApoE) con la aparición de los alelos E3 y E2 que mejoraría la plasticidad sináptica, y como resultado favorecería la memoria, el aprendizaje y otras funciones cognitivas complejas. De acuerdo con estos trabajos se confirmaría la existencia de una diferencia molecular cerebral, notable para el aprendizaje, entre nuestra especie y los primates no humanos, diferencia que por otra parte no existe en otros órganos como el hígado o el  pulmón.

     Estos cambios moleculares resolverían la pregunta acerca de que hizo la humanidad a lo largo de tantos milenios antes de conseguir inventar la agricultura. Hasta hace poco la respuesta a la pregunta se limitaba a constatar la dificultad de la especie humana, a lo largo de paleolítico, en conseguir la masa critica demográfica necesaria para conseguir cierto intercambio de experiencias, técnicas e ideas. Se trataba de agrupaciones poblacionales dispersas compuestas por pocos individuos y con escaso contacto entre ellas. El único objetivo posible era la supervivencia, lo que ya era mucho en las adversas condiciones de vida del paleolítico. El conocimiento científico no podía difundirse ni progresar aunando aportaciones de origen diverso, tal como expongo en mi libro “El cerebro del rey” (ed. RBA).  De confirmarse la tesis de la mutación molecular, permitiría pensar que a partir de cierto momento los humanos mejoraron notablemente la capacidad dendrítica y con ella la posibilidad de enriquecimiento sináptico con el consiguiente resultado de aumentar la capacidad de análisis, memoria y por tanto de conocimiento.

    De acuerdo con esta hipótesis el gran salto tendría una base biológica que permitiría una mayor capacidad de comprensión de la naturaleza, un cierto desarrollo tecnológico, y a su vez facilitaría la búsqueda de interpretaciones frente a las incógnitas de la naturaleza. Producto de estos cambios puede ser el origen del arte del paleolítico superior, cuando por primera vez se plasman en el hueso, en el barro o en la pintura las imágenes que pueden ordenar y dar sentido a la vida y a la subsistencia de aquellos humanos de nuestra propia especie. Aquel arte puede tener un profundo sentido mágico, pero cabe entender que la magia es la forma pre científica de comprensión de los fenómenos naturales no explicados, a los que la especie humana debe encontrar una  interpretación plausible.

Los humanos somos capaces de vincular los hechos con una causa, tenemos un pensamiento causal.

     Hay muchos animales que tienen capacidad para asociar información sobre hechos, especialmente entre los mamíferos. Los primates pueden elaborar con notable éxito la integración de informaciones. Pero el cerebro de los humanos permite ir más allá. Los humanos somos capaces de vincular los hechos con una causa, tenemos un pensamiento causal. Esta característica junto a la curiosidad propia de los primates son los puntos de arranque de nuestra capacidad para la ciencia. Necesitamos explicar lo que nos sucede a nosotros o a nuestro entornos físico y social, precisamos hallar explicaciones creíbles y a ser posible razonadas. Cuando esto no es posible se recurre a la magia, a las interpretaciones no naturales. Lo importante es tener una explicación que nos resuelva las dudas y ponga orden en el caos, o al menos que a nosotros nos parezca que es así. La historia de la medicina está llena de ejemplos de interpretaciones mágicas acerca de las enfermedades, como de tratamientos perfectamente inútiles, cuando no mortales, como la sangría, que se sustentaban exclusivamente en el pensamiento mágico. Precisamos una explicación a lo que nos sucede, si la ciencia no lo consigue se recurre a la magia.

      El cerebro humano huye del caos, debe encontrar una explicación que ponga orden a las incógnitas. Tan solo observando el pensamiento y las preguntas de un niño se pone de relieve esta capacidad de nuestro cerebro. Desde la infancia el cerebro, el ser humano,   parece obsesionado en conseguir información, establecer análisis, comparar datos, resolver problemas, desentrañar secretos, inventar soluciones o llegar a conclusiones. Para llevar a cabo, con eficiencia, estas funciones se precisa que el cerebro está indemne. Hay áreas especificas para funciones cognitivas concretas, pero si no hay un buen trabajo de conjunto, de todas las áreas cerebrales, no es posible conseguir con éxito el mejor rendimiento cognitivo del cerebro. De ahí que en caso de lesión cerebral sea muy fácil que se alteren las capacidades cognitivas como se observa tras algunos traumatismos craneales que se resuelven sin secuelas motoras o sensitivas ni conseguimos identificar lesiones en la resonancia magnética. Es probable que en estos casos la alteración sea a nivel molecular, que hoy aún no podemos identificar. Esta característica puede relacionarse con la expansión del encéfalo a lo largo de la hominización. El mayor volumen cerebral en el hombre moderno (más de tres veces el correspondiente al del chimpancé), implica la aparición de estructuras que permiten mas funciones, más memoria, pero también capacidad para métodos de trabajo cognitivo  distintos, con mayores posibilidades para el análisis, la formulación de hipótesis, como también para la ambición en conseguir resultados y beneficios.

Los humanos asociamos acontecimientos según programas prefijados y extraemos conclusiones de orden causal por la concomitancia de sucesos.

     El cerebro es producto de la evolución y por tanto ha estado sometido a adaptaciones no tan solo estructurales motoras o sensitivas sino también cognitivas. La configuración de nuestro pensamiento está organizada en términos de espacio y tendemos a traducirlo todo a conceptos concretos. Esta fue ya una adaptación exitosa a lo largo de millones de años en la vida de los mamíferos. Los humanos asociamos acontecimientos según programas prefijados y extraemos conclusiones de orden causal por la concomitancia de sucesos. Las adaptaciones anatómicas, motoras conductuales y de percepción condicionan nuestro pensamiento.

     Uno de los instrumentos decisivos en la consecución del pensamiento científico ha sido el lenguaje verbal simbólico. Los humanos tenemos una gran asimetría cerebral, cada hemisferio tiene una especificidad propia y el cuerpo calloso, mas desarrollado que en otros animales, conecta los dos hemisferios para conseguir un trabajo de conjunto. El cerebro izquierdo está dedicado a la comprensión y expresión del lenguaje así como a la capacidad analítica, elaboración de hipótesis, comprensión numérica, y análisis lógico.  El hemisferio cerebral derecho sobresale en discriminación sensorial, razonamiento intuitivo, capacidad matemática, y relaciones espaciales. De todas formas se acepta que la especial habilidad de un hemisferio para determinada tarea está influida por la conexión con el otro, de forma que cuando hay una desconexión entre los dos hemisferios se produce déficit por falta de la ayuda entre uno y otro hemisferio. La asimetría cerebral  no significa independencia hemisférica, sino un cierto reparto de capacidades para conseguir mayor eficiencia de los circuitos neuronales, y así reservar mayores recursos para la estructura nerviosa que da soporte al lenguaje.

     Se ha escrito mucho acerca del origen del lenguaje. Hoy sabemos que el cerebro de los macacos japoneses tiene un predominio izquierdo para el reconocimiento de los gritos propios de su especie. Los chimpancés tienen una asimetría cerebral similar a la de los humanos y pueden aprender a comunicarse con los signos del lenguaje para sordomudos, como también mediante señales ideográficas de un ordenador que los traduce a una voz artificial. Cierto es que los primates no humanos, como también el bebé humano, tienen la laringe muy alta, casi en la base del paladar, lo que procura la ventaja de poder beber y respirar al mismo tiempo sin atragantarse, pero en cambio les imposibilita para la expresión lingüística. Se ha discutido largo tiempo acerca de cuando el humano fue capaz de organizar un lenguaje verbal simbólico que fuera más allá de los gritos y ronroneos de otros animales. Al margen de los análisis neurológicos, antropológicos y paleontológicos, por sentido común debemos admitir que el Homo Erectus de hace medio millón de años ya debía tener suficiente fluidez de lenguaje, de no ser así no hubiera podido colonizar todo el planeta desde la cuna africana, pasando montañas, vadeando superficies de agua, trasportando alimento, haciendo guardias de vigilancia, y cuidando a los individuos de la tribu para garantizar la supervivencia del colectivo. Sin lenguaje verbal simbólico todo ello no hubiera sido posible. 

Es interesante observar como el bebé que se acerca al año ya tiene capacidad de comprensión de las palabras, incluso con independencia del énfasis con que el adulto las pronuncia.

      Es interesante observar como el bebé que se acerca al año ya tiene capacidad de comprensión de las palabras, incluso con independencia del énfasis con que el adulto las pronuncia. Al iniciar el segundo año de vida y de forma paralela al desarrollo del control motor inicia la expresión lingüística, primero con palabras sueltas y a partir de los dos años con frases de dos o tres palabras con sintaxis simple. Mas adelante progresa la fluidez lingüística hasta los cinco o seis años en que consigue una habilidad hablada parecida ya a la del adulto, justo al mismo tiempo en que completa su desarrollo y habilidad motora. Hoy se acepta que además de las áreas propias del lenguaje (Broca y Wernicke), del sistema límbico, del tronco cerebral y del cerebelo, también tienen un papel relevante en la maduración para el lenguaje los circuitos estrio-corticales, las mismas redes neuronales que han intervenido en el desarrollo motor y la autonomía para la marcha. Extrapolando la ontogenia a la filogenia puede decirse que la aparición del lenguaje fue paralela al proceso que condujo a nuestros antepasados al bipedismo, se levantaron del suelo, se afirmaron sobre las patas traseras, que pasaron a denominarse inferiores, y afinaron el equilibrio junto a la capacidad para la manipulación precisa. Con este mismo proceso consiguieron también la habilidad para hablar con sonidos modulados llenos de significado. Esta conquista supuso la posibilidad de aprovechar los recursos mentales que ofrecía el gran cerebro humano, el lenguaje permitió dar el salto desde la hominización hacia la humanización.  Cierto es que probablemente se trató de un proceso largo y gradual en el tiempo, especie a especie fue transformándose el cerebro, la motricidad y con estos cambios fueron surgiendo nuevas posibilidades para la práctica del lenguaje hablado, junto a otras variaciones diversas. La vinculación de la evolución motora  con el lenguaje hoy parece fuera de duda.    

     El lenguaje ha sido el principal instrumento para la creación científica. El lenguaje permite categorizar las acciones y crear representaciones mentales de objetos, sucesos, y relaciones. Sin lenguaje no hubiéramos podido enunciar las leyes de la física ni los descubrimientos genéticos o moleculares, no se podría transmitir el conocimiento, no se hubiera desarrollado la necesaria metodología didáctica para formar a otras personas, es imposible imaginar la vida humana sin el lenguaje. Por más que nuestro cerebro fuera capaz de elaborar análisis, hipótesis y conclusiones, sin el lenguaje no podría desarrollarlo ni expresarlo, con lo que no hubiera surgido la civilización.

     Hace unos diez mil años algunas comunidades humanas iniciaron la revolución neolítica con el descubrimiento del control agropecuario, cambiando de forma radical el tipo de vida de recolectores de alimentos que habían llevado hasta entonces. La curiosidad humana se conjugó con las nuevas necesidades a fin de prever los cambios estacionales con mayor exactitud mediante los estudios del sol y las estrellas. La naciente agricultura favoreció el asentamiento estable de la población y la necesidad de defender territorio y patrimonio excedente de forma mucho más compleja y elaborada que cualquier otro mamífero. Es comprensible que el primer desarrollo científico se focalizara en la astronomía, la aritmética y en lo que hoy denominamos genética, de gran importancia para la selección de especies vegetales y animales de mayor rendimiento nutritivo.

     A lo largo de la historia la creación científica ha tenido un resultado muy diverso en función de distintos países y épocas. Hasta mediados del siglo XIX no se inició la medicina científica, Claude Bernard (1813-1878), Rudolf Virchow (1821-1902) y Pierre Broca (1824-1880), entre otros, son el emblema del cambio.

      La investigación en biomedicina es un claro exponente de la capacidad humana para la cultura y la técnica, que tiene como objetivo no ya la adecuación al entorno sino todo lo contrario, la adaptación y modificación de la naturaleza a nuestros intereses como especie. Adaptamos el medio a nuestras necesidades de vida, salud y confort, este es el gran cambio. La especie humana ha conseguido alterar la necesidad evolutiva de adaptarse a los cambios del medio para sobrevivir. Nosotros transformamos el medio para adecuarlo a nuestras necesidades. En vez de desarrollar una piel que nos proteja de las inclemencias meteorológicas  inventamos el abrigo de la casa; a fin de controlar los límites de la homeotermia inventamos sistemas de calefacción, y así tantos inventos.

El fruto del olivo silvestre no puede comerse pero hace milenios que los humanos manipularon los genes del olivo, cruzando diversos árboles, hasta conseguir mejores aceitunas.

     Transformar la naturaleza y explotar sus recursos es la gran obra de los humanos, para bien y para mal. Me gusta poner el ejemplo de las aceitunas. El fruto del olivo silvestre no puede comerse pero hace milenios que los humanos manipularon los genes del olivo, cruzando diversos árboles, hasta conseguir mejores aceitunas. Pero aún no eran comestibles por lo que inventaron un sistema de maceración que las convirtió en un alimento de alto valor nutritivo, y también un sistema de prensado que permite conseguir el aceite. El aceite de oliva es un buen alimento y un gran condimento, durante siglos fue un buen sistema de iluminación, y además sirve para conservar otros alimentos perecederos al guardarlos sumergidos en aceite. Ninguna de estas aplicaciones existe de forma natural sino que son fruto de la elaboración humana. Las aceitunas maceradas, el aceite de oliva, el pan elaborado con harina producto del cereal molido, y el queso conseguido a partir de la leche de mamíferos domesticados, son algunos de los alimentos que más han contribuido a la supervivencia de nuestra especie, todos ellos son hijos del ingenio y la tenacidad del cerebro humano para transformar lo natural en su propio provecho. 

     La tecnología agrícola primero y la industrialización mas tarde han modificado de raíz el estilo de vida del animal humano, consiguiendo alargar la esperanza de vida, así como formas de vida progresivamente más confortables. Sin dudar del beneficio aportado por estas transformaciones, hay que aceptar que es probable que estemos pagando un cierto precio en forma de algunas enfermedades que han sustituido a las antiguas plagas. El cáncer, las enfermedades autoinmunes, la hipertensión arterial, la patología vascular y algunos otros, son trastornos que los estudios epidemiológicos relacionan con las formas de vida y de trabajo. Millones de años de evolución animal contribuyeron a diseñar nuestro organismo para la vida que llevó nuestra especie durante milenios, una vida dura, al aire libre, corriendo detrás de una gacela o delante de un león. La civilización ha conseguido un estilo de vida más cómodo, sedentario, demográficamente muy agrupado, con uso habitual de substancias potencialmente nocivas. Es probable que el cáncer sea fruto de un desajuste entre los genes y la cultura. La mutabilidad intrínseca de nuestros genes hizo posible la evolución, pero a su vez nos hace más vulnerables a los cambios y exposición a tóxicos inherentes a la civilización industrial. No podemos cambiar nuestros genes pero si podemos modificar el estilo de vida. Vivimos más y mejor pero pagamos un precio.

     Además el planeta está marcado por las desigualdades. Millones de humanos son aún víctimas del hambre, de la falta de agua potable y de las enfermedades infecciosas, con una esperanza de vida que no llega a los 45 años. Mientras en otras áreas sus habitantes son víctimas de las enfermedades derivadas de la opulencia y el despilfarro. El reto de este siglo es el de conseguir disminuir los grandes desequilibrios entre países ricos y países pobres, solo así podrá conseguirse la paz y que nuevos seres humanos puedan incorporarse a la creación científica y tecnológica. Si así fuere la humanidad puede dar un salto exponencial en el conocimiento, a partir de las nuevas aportaciones fruto del mestizaje entre individuos de unas y otras tradiciones culturales.

     Entre los primeros logros del neolítico y la actualidad se ha desarrollado la revolución industrial y más tarde la informática, que permite acumular y ordenar el conocimiento en una máquina, fuera de nuestros cerebros, facilitando la comunicación y el intercambio de informaciones en tiempo real y por todo el planeta. Hoy todos estamos influidos por todos, conocemos los avances científicos al poco de producirse. Hoy, quizá, el problema es el filtrado de la información, saber elegir la información que se desea, separando el grano de la paja.

Leyendo un libro podemos entrar en la mente de alguien que quizá vivió hace dos mil años.

     En medio de los avances tecnológicos deseo destacar, por dispar, lo conseguido por el cine, y más tarde, en cierto sentido también, por la televisión. Desde hace un siglo el cine ha conseguido que el público de cualquier lugar del mundo pueda vivir la ilusión de una experiencia excitante que no consigue en la vida real. No la consigue por si mismo en tanto está condenado a vivir una existencia gris, pero también porque a través del cine se le puede mostrar el acontecer de una historia mediante la imagen y el sonido, percepciones éstas que el cerebro humano comprende con mayor facilidad y menor esfuerzo. Podía también haber puesto el ejemplo del libro, mucho más antiguo que el cine. Leyendo un libro podemos entrar en la mente de alguien que quizá vivió hace dos mil años. 

     Al considerar la creación científica me he referido a las cualidades del cerebro para la curiosidad y el análisis, y también a la necesidad de excedentes que la hagan económicamente   posible. Respecto a la investigación en biomedicina pienso que hay otro valor a tener en cuenta, que también es fruto de nuestro peculiar desarrollo cerebral: la tendencia humana a luchar contra el dolor. Es cierto que los tratamientos médicos pueden ser un sector económico emergente, que por sí solo estimula la inversión financiera en busca de beneficio, pero si no existiera la humana necesidad de vencer al dolor esto no sería así.  Los humanos tenemos una gran capacidad de empatía y de simpatía, mediante la primera podemos comprender como se siente otro humano, mediante la simpatía orientamos la conducta para ayudarle. La enfermedad es una de las formas de dolor que estimula a los humanos a buscar soluciones. Ya antes de cualquier terapéutica curativa existía la terapéutica analgésica con los derivados del opio que aún hoy seguimos utilizando. La compasión ante el que sufre y la búsqueda de soluciones al dolor es quizá el mayor signo de la civilización humana. 

 

 

 

Bibliografía  recomendada:

Acarín Tusell N. “El cerebro del rey”, 10ª edición, 2015, RBA.

Boyd R y Silk JB. “How Humans Envolved” ,2009, - ise3.ise.virginia.edu

Bufill E. “L'Evolució Del Cervell” 2015, Evoluciona.

Eibl-Eibesfeldt I.  “Biología del comportamiento humano”, 1993, Alianza.

Harari YN.”De animales a dioses”, 2014, Debate.

KandelER.JessellTM.SchwartzJH.”Principles of neural science”,2006,Oxford University Press.

Wells, Spencer “The journey of man. A genetic odyssey”. 2003, Penguin Books. Greaves, M. Maley, C.C. “Conal evolution in cancer”, 2012, Nature, nature.com

Wilson, Edward O. “La conquista social de la tierra”, 2012, Debate.